I
       

      Mientras se sienta que se ríe el alma

      sin que los labios rían;

      mientras se llore, sin que el llanto acuda

      a nublar la pupila;

      mientras el corazón y la cabeza

      batallando prosigan,

      mientras haya esperanzas y recuerdos,

      habrá poesía!
       

      Mientras haya unos ojos que reflejen

      los ojos que los miran,

      mientras responda el labio suspirando

      al labio que suspira,

      mientras sentirte puedan en un beso

      dos almas confundidas,

      mientras exista una mujer hermosa

      habrá poesía!
       

      II
       

      Hoy la tierra y los cielos me sonríen,

      hoy llega al fondo de mi alma el sol,

      hoy la he visto... la he visto y me ha mirado...

      hoy creo en Dios!
       

      III
       

      Sabe si alguna vez tus labios rojos

      quema invisible atmósfera abrazada,

      que el alma que hablar puede con los ojos

      también puede besar con la mirada.
       

      IV
       

      ¿Que es poesía?, dices mientras clavas

      en mi pupila tu pupila azul;

      ¡Que es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?

      Poesía... eres tú.
       

      V
       

      Por una mirada, un mundo:

      por una sonrisa, un cielo:

      por un beso... yo no sé

      qué te diera por un beso.
       

      VI
       

      Cuando en la noche te envuelven

      las alas de tul del sueño

      y tus tendidas pestañas

      semejan arcos de ébano,

      por escuchar los latidos

      de tu corazón inquieto

      y reclinar tu dormida

      cabeza sobre mi pecho,

      diera, alma mía,

      cuanto poseo,

      la luz, el aire

      y el pensamiento!
       

      Cuanto se clavan tus ojos

      en un invisible objrto

      y tus labios ilumina

      de una sonrisa el reflejo,

      por leer sobre tu frente

      el callado pensamiento

      que pasa como la nube

      del mar sobre el ancho espejo,

      diera, alma mía,

      cuanto deseo,

      la fama, el oro,

      la gloria, el genio!
       

      Cuanto enmudece tu lengua

      y se apresura tu aliento

      y tus mejillas se encienden

      y entornas tus ojos negros,

      por ver entre sus pestañas

      brillar con húmedo fuego

      la ardiente chispa que brota

      del volcán de los deseos,

      diera, alma mía,

      por cuanto espero,

      la fe, el espíritu,

      la tierra, el cielo.
       

      VII
       

      Despierta, tiemblo al mirarte:

      dormida, me atrevo a verte;

      por eso, alma de mi alma,

      yo velo cuando tú duermes.
       

      Despierta ríes y al reir tus labios

      inquietos me parecen

      relámpagos de grana que serpean

      sobre un cielo de nieve.
       

      Dormida, los extremos de tu boca

      pliega sonrisa leve,

      suave como el rastro luminoso

      que deja en sol que muere.
       

      Duerme!

      Despierta miras y al mirar tus ojos

      húmedos resplandecen,

      como la onda azul en cuya cresta

      chispeando el sol hiere.
       

      Al través de tus párpados, dormida;

      tranquilo fulgor vierten

      cual derrama de luz templado rayo

      lámpara transparente.
       

      Duerme!
       

      Despierta hablas, y al hablar vibrantes

      tus palabras parecen

      lluvia de perlas que en dorada copa

      se derrama a torrentes.
       

      Dormida, en el murmullo de tu aliento

      acompasado y tenue,

      escucho yo un poema que mi alma

      enamorada entiende.
       
       

      Duerme!
       

      Sobre el corazón la mano

      me he puesto porque no suene

      su latido y en la noche

      turbe la calma solemne:

      De tu balcón las persianas

      cerré ya porque no entre

      el resplandor enojoso

      de la aurora y te despierte.
       

      Duerme!
       

      VIII
       

      Asomaba a sus ojos una lágrima

      y a mi labio una frase de perdón;

      habló el orgullo y se enjugó su llanto,

      y la frase en mis labios expiró.
       

      Yo voy por un camino: ella, por otro;

      pero al pensar en nuestro mutuo amor,

      yo digo aún ¿por qué callé aquel día?

      Y ella dirá ¿Por qué no lloré yo?
       

      IX
       

      Pasaba arrolladora en su hermosura

      y el paso le dejé,

      ni aun mirarla me volví, y no obstante

      algo en mi oído murmuró <<ésa es>>.

      ¿Quién reunió la tarde a la mañana?

      Lo ignoro; sólo sé

      que en una breve noche de verano

      se unieron los crepúsculos y <>.
       

      X
       

      No me admiró tu olvido! Aunque de un día,

      me admiró tu cariño mucho más;

      porque lo que hay en mí que vale algo

      eso... ni lo pudiste sospechar.
       

      XI
       

      Si de nuestros agravios en un libro

      se escribiese la historia,

      y se borrase en nuestras almas cuanto

      se borrase en sus hojas;
       

      Te quiero tanto aún: dejó en mi pecho

      tu amor huellas tan hondas,

      que sólo con que tú borrases una,

      las borraba yo todas!
       

      XII
       

      Los suspiros son aire y van al aire!

      Las lágrimas son agua y van al mar!

      Dime, mujer, cuando el amor se olvida

      ¿sabes tú adónde va?
       

      XIII
       

      Como en un libro abierto

      leo de tus pupilas en el fondo;

      ¿A qué fingir el labio

      risas que se desmienten con los ojos?

      Llora! No te avergüences

      de confesar que me quisiste un poco.

      Llora! Nadie nos mira.

      Ya ves, yo soy un hombre... y también lloro.
       

      XIV
       

      Alguna vez la encuentro por el mundo

      y pasa junto a mí:

      y pasa sonriéndose y yo digo

      ¿Cómo puede reir?
       

      Luego asoma a mi labio otra sonrisa

      máscara del dolor,

      y entonces pienso: -Acaso ella se ríe,

      como me río yo.
       

      XV
       

      De lo poco de vida que me resta

      diera con gusto los mejores años,

      por savber lo que a otros

      de mí has hablado.
       

      Y esta vida mortal y de la eterna

      lo que me toque, si me toca algo,

      por saber lo que a solas

      de mí has pensado.
       

      XVI
       

      Cuando volvemos las fugaces horas

      del pasado a evocar,

      temblando brilla en sus pestañas negras

      una lágrima pronta a resbalar.

      Y al fin resbala y cae como gota

      del rocío al pensar

      que cual hoy por ayer, por hoy mañana

      volveremos los dos a suspirar.
       

      XVII
       

      No sé lo que he soñado

      en la noche pasada.

      Triste muy triste debió ser el sueño

      pues despierto la angustia me duraba.
       

      Noté al incorporarme

      húmeda la almohada,

      y por primera vez sentí al notarlo

      de un amargo placer henchirse la cama.
       

      Triste cosa es el sueño

      que llanto nos arranca,

      mas tengo en mi tristeza una alegría...

      sé que aún me quedan lágrimas.
       

      XVIII
       

      Dices que tienes corazón, y solo

      lo dices porque sientes sus latidos;

      eso no es corazón... es una máquina

      que al compás que se mueve hace ruido.
       

      XIX
       

      Es un sueño la vida,

      pero un sueño febril que dura un punto;

      cuando de él se despierta,

      se ve que todo es vanidad y humo...

      ¡Ojalá fuera un sueño

      muy largo y muy profundo,

      un sueño que durara hasta la muerte!...

      Yo soñaría con mi amor y el tuyo.
       

      XX
       
       

      Sabe, si alguna vez tus labios rojos
       

      quema invisible atmósfera abrasada,
       

      que al alma que hablar puede con los ojos,
       

      también puede besar con la mirada.
       

      XXVI
       
       

      Voy contra mi interés al confesarlo;
       

      no obstante, amada mía,
       

      pienso cual tú que una oda solo es buena
       

      de un billete del banco al dorso escrita.
       

      No faltará algún necio que al oírlo
       

      se haga cruces y diga:
       

      Mujer al fin del siglo diez y nueve
       

      material y prosaica... ¡Boberías!
       

      ¡Voces que hacen correr cuatro poetas
       

      que en invierno se embozan con la lira!
       

      ¡Ladridos de los perros a la luna!
       

      Tú sabes y yo se que en esta vida,
       

      con genio es muy contado el que la escribe,
       

      y con oro cualquiera hace poesía.
       

      XXX
       
       

      Asomaba a sus ojos una lágrima
       

      y a mis labios una frase de perdón...
       

      habló el orgullo y se enjugó su llanto,
       

      y la frase en mis labios expiró.
       
       

      Yo voy por un camino, ella por otro;
       

      pero al pensar en nuestro mutuo amor,
       

      yo digo aún: "¿Por que callé aquél día?"
       

      y ella dirá. "¿Por qué no lloré yo?"
       
       

      XXXI
       
       

      Nuestra pasión fue un trágico sainete
       

      en cuya absurda fábula
       

      lo cómico y lo grave confundidos
       

      risas y llanto arrancan.
       
       

      Pero fue lo peor de aquella historia
       

      que al fin de la jornada
       

      a ella tocaron lágrimas y risas
       

      y a mí, sólo las lágrimas.
       
       

      XXXII
       
       

      Pasaba arrolladora en su hermosura
       

      y el paso le dejé,
       

      ni aun mirarla me volví, y no obstante
       

      algo en mi oído murmuró "Esa es".
       
       

      ¿Quién reunió la tarde a la mañana?
       

      Lo ignoro; sólo sé
       

      que en una breve noche de verano
       

      se unieron los crepúsculos y ... "fue".
       
       
       

      XXXIII
       
       

      Es cuestión de palabras, y, no obstante,
       

      ni tú ni yo jamás,
       

      después de lo pasado, convendremos
       

      en quién la culpa está.
       
       

      ¡Lástima que el amor un diccionario
       

      no tenga dónde hallar
       

      cuando el orgullo es simplemente orgullo
       

      y cuando es dignidad!
       
       
       

      XXXIV
       
       

      Cruza callada y son sus movimientos
       

      silenciosa armonía;
       

      suenan sus pasos, y al sonar recuerdan
       

      del himno alado la cadencia rítmica.
       
       

      Los entreabre, aquellos ojos
       

      tan claros como el día,
       

      y la tierra y el cielo, cuando abarcan,
       

      arden con nueva luz en sus pupilas.
       
       

      Ríe, y su carcajada tiene notas
       

      del agua fugitiva;
       

      llora, y es cada lágrima un poema
       

      de ternura infinita.
       
       

      Ella tiene la luz, tiene el perfume,
       

      el color y la línea,
       

      la forma, engendradora de deseos,
       

      la expresión, fuente eterna de poesía.
       
       

      ¿Que es estúpida?... ¡Bah!, mientras, callando
       

      guarde obscuro el enigma,
       

      siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla
       

      más que lo que cualquiera otra me lo diga.
       
       

      XXXV
       
       

      No me admiró tu olvido! Aunque de un día,
       

      me admiró tu cariño mucho más;
       

      porque lo que hay en mí que vale algo
       

      eso... ¡ni lo pudiste sospechar!.
       
       
       

      XXXVI
       
       

      Si de nuestros agravios en un libro
       

      se escribiese la historia,
       

      y se borrase en nuestras almas cuanto
       

      se borrase en sus hojas;
       
       

      Te quiero tanto aún: dejó en mi pecho
       

      tu amor huellas tan hondas,
       

      que sólo con que tú borrases una,
       

      ¡las borraba yo todas!
       
       
       

      XXXVII
       
       

      Antes que tú me moriré: escondido
       

      en las entrañas ya
       

      el hierro llevo con que abrió tu mano
       

      la ancha herida mortal.
       
       

      Antes que tú me moriré: y mi espíritu,
       

      en su empeño tenaz,
       

      sentándose a las puertas de la muerte,
       

      allí te esperará.
       
       

      Con las horas los días, con los días
       

      los años volarán,
       

      y a aquella puerta llamarás al cabo...
       

      ¿Quién deja de llamar?
       
       

      Entonces que tu culpa y tus despojos
       

      la tierra guardará,
       

      lavándote en las ondas de la muerte
       

      como en otro Jordán.
       
       

      Allí, donde el murmullo de la vida
       

      temblando a morir va,
       

      como la ola que a la playa viene
       

      silenciosa a expirar.
       
       

      Allí donde el sepulcro que se cierra
       

      abre una eternidad...
       

      ¡ Todo lo que los dos hemos callado
       

      lo tenemos que hablar !
       
       
       

      XXXVIII
       
       

      Los suspiros son aire y van al aire!
       

      Las lágrimas son agua y van al mar!
       

      Dime, mujer, cuando el amor se olvida
       

      ¿sabes tú adónde va?
       
       
       

      XXXIX
       
       

      Lo que el salvaje que con torpe mano
       

      hace de un tronco a su capricho un dios,
       

      y luego ante su obra se arrodilla,
       

      eso hicimos tu y yo.
       
       

      Dimos formas reales a un fantasma,
       

      de la mente ridícula invención,
       

      y hecho el ídolo ya, sacrificamos
       

      en su altar nuestro amor.
       
       
       

      XL
       
       

      Su mano entre mis manos,
       

      sus ojos en mis ojos,
       

      la amorosa cabeza
       

      apoyada en mi hombro,
       
       

      ¡Dios sabe cuántas veces,
       

      con paso perezoso,
       

      hemos vagado juntos
       

      bajo los altos olmos
       

      que de su casa prestan
       

      misterio y sombra al pórtico!
       

      Y ayer... un año apenas,
       

      pasando como un soplo
       

      con qué exquisita gracia
       

      con qué admirable aplomo,
       

      me dijo al presentarnos
       

      un amigo oficioso:
       

      "Creo que alguna parte
       

      he visto a usted" ¡Ah, bobos
       

      que sois de los salones
       

      comadres de buen tono,
       

      y andáis por allí a caza
       

      de galantes embrollos.
       

      ¡Qué historía habéis perdido!
       

      ¡Qué manjar tan sabroso!
       

      para ser devorado
       

      "soto voce" en un corro,
       

      detrás de abanico
       

      de plumas de oro!
       
       

      ¡Discreta y casta luna,
       

      copudos y altos olmos,
       

      paredes de su casa,
       

      umbrales de su pórtico,
       

      callad, y que en secreto
       

      no salga con vosotros!
       

      Callad; que por mi parte
       

      lo he vivido todo:
       

      y ella..., ella..., ¡no hay máscara
       

      semejante a su rostro!
       
       
       

      XLI
       
       

      Tú eras el huracán y yo la alta
       

      torre que desafía su poder:
       

      ¡tenías que estrellarte o que abatirme!
       

      ¡No pudo ser!
       
       

      Tú eras el océano y yo la enhiesta
       

      roca que firme aguarda su vaivén:
       

      ¡tenías que romperte o que arrancarme! ...
       

      ¡No pudo ser!
       
       

      Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
       

      uno a arrollar, el otro a no ceder:
       

      la senda estrecha, inevitable el choque ...
       

      ¡No pudo ser!
       
       

      XLII
       
       

      Cuando me lo contaron sentí el frío
       

      de una hoja de acero en las entrañas,
       

      me apoyé contra el muro, y un instante
       

      la conciencia perdí de donde estaba.
       
       

      Cayó sobre mi espíritu la noche,
       

      en ira y en piedad se anegó el alma,
       

      ¡Y se me revelo por qué se llora,
       

      Y comprendí una vez por qué se mata!
       
       

      Pasó la nube de dolor..., con pena
       

      logré balbucear breves palabras...
       

      ¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo
       

      ¡Me hacia un gran favor!... Le di las gracias.
       
       

      XLIII
       
       

      Dejé la luz a un lado, y en el borde
       

      de la revuelta cama me senté,
       

      Mudo, sombrío, la pupila inmóvil
       

      clavada en la pared.
       
       

      ¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
       

      la embriaguez horrible de dolor,
       

      expiraba la luz y en mis balcones
       

      reía el sol.
       
       

      Ni sé tampoco en tan terribles horas
       

      en qué pensaba o que pasó por mí;
       

      solo recuerdo que lloré y maldije,
       

      y que en aquella noche envejecí.
       
       
       
       

      XLIV
       
       

      Como en un libro abierto
       

      leo de tus pupilas en el fondo;
       

      ¿a qué fingir el labio
       

      risas que se desmienten con los ojos?
       

      ¡Llora! No te avergüences
       

      de confesar que me quisiste un poco.
       

      ¡Llora! Nadie nos mira!
       

      Ya ves: soy un hombre... ¡y también lloro!
       
       
       

      XLV
       
       

      En la clave del arco ruinoso
       

      cuyas piedras el tiempo enrojeció,
       

      obra de un cincel rudo campeaba
       

      el gótico blasón.
       
       

      Penacho de su yelmo de granito,
       

      la yedra que colgaba en derredor
       

      daba sombra al escudo en que una mano
       

      tenía un corazón.
       
       

      A contemplarle en la desierta plaza
       

      nos paramos los dos:
       

      Y, "ése, me dijo, es el cabal emblema
       

      de mi constante amor".
       
       

      ¡Ay!, y es verdad lo que me dijo entonces:
       

      Verdad que el corazón
       

      lo llevará en la mano..., en cualquier parte....
       

      pero en el pecho, no.
       
       

      XLVI
       
       

      Tu aliento es el aliento de las flores,
       

      tu voz es de los cisnes la armonía;
       

      es tu mirada el esplendor del día,
       

      y el color de la rosa es tu color.
       

      Tú prestas nueva vida y esperanza
       

      a un corazón para el amor ya muerto:
       

      tú creces de mi vida en el desierto
       

      como crece en un páramo la flor.
       
       

      XLVII
       
       

      Yo me he asomado a las profundas simas
       

      de la tierra y del cielo
       

      y les he visto el fin con los ojos
       

      o con el pensamiento.
       
       

      Mas, ¡ay! de un corazón llegué al abismo,
       

      y me incliné por verlo,
       

      y mi alma y mis ojos se turbaron:
       

      ¡tan hondo era y tan negro!
       
       
       

      XLVIII
       
       

      Alguna vez la encuentro por el mundo
       

      y pasa junto a mí:
       

      y pasa sonriéndose y yo digo
       

      ¿Cómo puede reír?
       
       

      Luego asoma a mi labio otra sonrisa
       

      máscara del dolor,
       

      y entonces pienso: "¡Acaso ella se ríe,
       

      como me río yo!"
       
       

      XLIX
       
       

      ¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
       

      es altanera y vana y caprichosa:
       

      antes que el sentimiento de su alma
       

      brotará el agua de la estéril roca.
       
       

      Sé que en su corazón, nido de sierpes,
       

      no hay una fibra que al amor responda;
       

      que es una estatua inanimada...; pero...
       

      ¡es tan hermosa!
       
       

      L
       
       

      De lo poco de vida que me resta
       

      diera con gusto los mejores años,
       

      por saber lo que a otros
       

      de mí has hablado.
       
       

      Y esta vida mortal... y de la eterna
       

      lo que me toque, si me toca algo,
       

      por saber lo que a solas
       

      de mí has pensado.
       
       
       

      LI
       
       

      Olas gigantes que os rompéis bramando
       

      en las playas desiertas y remotas,
       

      envuelto entre la sábana de espumas,
       

      ¡llevadme con vosotras!
       
       

      Ráfagas de huracán que arrebatáis
       

      del alto bosque las marchitas hojas,
       

      arrastrado en el ciego torbellino,
       

      ¡llevadme con vosotras!
       
       

      Nubes de tempestad que rompe el rayo
       

      y en fuego encienden las sangrientas orlas,
       

      arrebatado entre la niebla oscura,
       

      ¡llevadme con vosotras!
       
       

      Llevadme por piedad a donde el vértigo
       

      con la razón me arranque la memoria.
       

      ¡Por piedad!, ¡tengo miedo de quedarme
       

      con mi dolor a solas!
       
       
       

      LII
       
       

      Volverán las oscuras golondrinas
       

      en tu balcón sus nidos a colgar,
       

      y otra vez con el ala a sus cristales
       

      jugando llamarán.
       
       

      Pero aquellas que el vuelo refrenaban
       

      tu hermosura y mi dicha a contemplar,
       

      aquellas que aprendieron nuestros nombres,
       

      ésas... ¡no volverán!
       
       

      Volverán las tupidas madreselvas
       

      de tu jardín las tapias a escalar
       

      y otra vez a la tarde aún más hermosas
       

      sus flores se abrirán.
       
       

      Pero aquellas cuajadas de rocío
       

      cuyas gotas mirábamos temblar
       

      y caer como lágrimas del día....
       

      ésas... ¡no volverán!
       
       

      Volverán del amor en tus oídos
       

      las palabras ardientes a sonar,
       

      tu corazón de su profundo sueño
       

      tal vez despertará.
       
       

      Pero mudo y absorto y de rodillas,
       

      como se adora a Dios ante su altar,
       

      como yo te he querido..., desengáñate,
       

      ¡así no te querrán!
       
       
       

      LIII
       
       

      Cuando volvemos las fugaces horas
       

      del pasado a evocar,
       

      temblando brilla en sus pestañas negras
       

      una lágrima pronta a resbalar.
       

      Y al fin resbala y cae como gota
       

      del rocío al pensar
       

      que cual hoy por ayer, por hoy mañana
       

      volveremos los dos a suspirar.
       
       
       

      LIV
       
       

      Entre el discorde estruendo de la orgía
       

      acarició mi oído,
       

      como nota de lejana música,
       

      el eco de un suspiro.
       
       

      El eco de un suspiro que conozco,
       

      formado de un aliento que he bebido,
       

      perfume de una flor que oculta crece
       

      en un claustro sombrío.
       
       

      Mi adorada de un día, cariñosa,
       

      "¿en qué piensas ?", me dijo:
       

      "En nada..." "¿En nada, y lloras?" "Es que tienes
       

      alegre la tristeza y triste el vino".
       
       
       

      LV
       
       

      Hoy como ayer, mañana como hoy
       

      ¡y siempre igual!
       

      Un cielo gris, un horizonte eterno
       

      y andar..., andar.
       
       

      Moviéndose a compás como una estúpida
       

      máquina, el corazón;
       

      la torpe inteligencia del cerebro
       

      dormida en un rincón.
       
       

      El alma, que ambiciona un paraíso,
       

      buscándole sin fe;
       

      fatiga sin objeto, ola que rueda
       

      ignorando por qué.
       
       

      Voz que incesante con el mismo tono
       

      canta el mismo cantar;
       

      gota de agua monótona que cae,
       

      y cae sin cesar.
       
       

      Así van deslizándose los días
       

      unos de otros en pos,
       

      hoy lo mismo que ayer..., y todos ellos
       

      sin goce ni dolor.
       
       

      ¡Ay!, ¡a veces me acuerdo suspirando
       

      del antiguo sufrir...
       

      Amargo es el dolor; ¡pero siquiera
       

      padecer es vivir!
       
       

      LVI
       
       

      ¿Quieres que de ese néctar delicioso
       

      no te amargue la hez?
       

      pues aspírale, acércale a tus labios
       

      y déjale después.
       
       

      ¿Quieres que conservemos una dulce
       

      memoria de este amor?
       

      Pues amémonos hoy mucho y mañana
       

      digámonos ¡adiós!
       
       

      LVII
       
       

      Yo sé cuál el objeto
       

      de tus suspiros es;
       

      yo conozco la causa de tu dulce
       

      secreta languidez.
       

      ¿Te ríes?... Algún día
       

      sabrás, niña, por qué:
       

      tú lo sabes apenas
       

      y yo lo sé.
       
       

      Yo sé cuando tu sueñas,
       

      y lo que en sueños ves;
       

      como en un libro puedo lo que callas
       

      en tu frente leer.
       

      ¿Te ríes?... Algún día
       

      sabrás, niña, por qué:
       

      tú lo sabes apenas
       

      y yo lo sé.
       
       

      Yo sé por qué sonríes
       

      y lloras a la vez.
       

      yo penetro en los senos misteriosos
       

      de tu alma de mujer.
       

      ¿Te ríes?... Algún día
       

      sabrás, niña, por qué:
       

      mientras tu sientes mucho y nada sabes,
       

      yo que no siento ya, todo lo sé.
       
       

      LVIII
       
       

      Al ver mis horas de fiebre
       

      e insomnio lentas pasar,
       

      a la orilla de mi lecho,
       

      ¿quién se sentará?
       
       

      Cuando la trémula mano
       

      tienda próximo a expirar
       

      buscando una mano amiga,
       

      ¿quién la estrechará?
       
       

      Cuando la muerte vidríe
       

      de mis ojos el cristal,
       

      mis párpados aún abiertos,
       

      ¿quién los cerrará?
       
       

      Cuando la campana suene
       

      (si suena en mi funeral),
       

      una oración al oírla,
       

      ¿quién murmurará?
       
       

      Cuando mis pálidos restos
       

      oprima la tierra ya,
       

      sobre la olvidada fosa.
       

      ¿quién vendar a llorar?
       
       

      ¿Quién en fin al otro día,
       

      cuando el sol vuelva a brillar,
       

      de que pasé por el mundo,
       

      ¿quién se acordará?
       
       
       

      LIX
       
       

      Me ha herido recatándose en las sombras,
       

      sellando con un beso su traición.
       

      Los brazos me echó al cuello y por la espalda
       

      me partió a sangre fría el corazón.
       
       

      Y ella impávida sigue su camino,
       

      feliz, risueña, impávida, ¿y por qué?
       

      porque no brota sangre de la herida...
       

      ¡porque el muerto esta en pie.
       
       
       

      LX
       
       

      Como se arranca el hierro de una herida
       

      su amor de las entrañas me arranqué,
       

      aunque sentí al hacerlo que la vida
       

      me arrancaba con él!
       
       

      Del altar que le alcé en el alma mía
       

      la Voluntad su imagen arrojó,
       

      y la luz de la fe que en ella ardía
       

      ante el ara desierta se apagó.
       
       

      Aún turbando en la noche el firme empeño
       

      vive en la idea la visión tenaz...
       

      ¡Cuándo podré dormir con ese sueño
       

      en que acaba el soñar!
       
       

      LXI
       
       

      Este armazón de huesos y pellejo
       

      de pasear una cabeza loca
       

      cansado se halla al fin, y no lo extraño;
       

      pues, aunque es la verdad que no soy viejo,
       
       

      de la parte de vida que me toca
       

      en la vida del mundo, por mi daño
       

      he hecho un uso tal, que juraría
       

      que he condensado un siglo en cada día.
       
       

      Así, aunque ahora muriera,
       

      no podría decir que no he vivido;
       

      que el sayo, al parecer nuevo por fuera,
       

      conozco que por dentro ha envejecido.
       
       

      Ha envejecido, sí, ¡pese a mi estrella!,
       

      harto lo dice ya mi afán doliente;
       

      que hay dolor que al pasar su horrible huella
       

      graba en el corazón, si no en la frente.
       
       
       

      LXII
       
       
       

      Primero es un albor trémulo y vago,
       

      raya de inquieta luz que corta el mar;
       

      luego chispea y crece y se difunde
       

      en ardiente explosión de claridad.
       
       

      La brilladora lumbre es la alegría;
       

      la temerosa sombra es el pesar;
       

      ¡Ay!, en la oscura noche de mi alma,
       

      ¿cuándo amanecerá?
       
       
       

      LXIII
       
       

      Como enjambre de abejas irritadas,
       

      de un obscuro rincón de la memoria
       

      salen a perseguirnos los recuerdos
       

      +0>de las pasadas horas.
       
       

      Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo tan inútil!
       

      Me rodean, me acosan,
       

      y unos tras otros a clavarme vienen
       

      el agudo aguijón que el alma encona.
       
       
       

      LXIV
       
       

      Como guarda el avaro su tesoro,
       

      guardaba mi dolor;
       

      le quería probar que hay algo eterno
       

      a la que eterno me juró su amor.
       
       

      Mas hoy le llamo en vano y oigo al tiempo
       

      que le agotó, decir:
       

      "¡Ah, barro miserable, eternamente
       

      no podrás ni aun sufrir!
       
       

      LXV
       
       

      Llegó la noche y no encontré un asilo,
       

      ¡y tuve sed...!, mis lágrimas bebí;
       

      ¡y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos
       

      cerré para morir!
       

      ¡Estaba en un desierto! Aunque a mi oído
       

      de las turbas llegaba el ronco hervir,
       

      yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba
       

      desierto... para mí!
       
       
       

      LXVI
       
       

      ¿De dónde vengo...? El más horrible y áspero
       

      de los senderos busca:
       

      Las huellas de unos pies ensangrentados
       

      sobre la roca dura,
       

      los despojos de un alma hecha jirones
       

      en las zarzas agudas,
       

      te dirán el camino
       

      que conduce a mi cuna.
       
       

      ¿A donde voy? El más sombrío y triste
       

      de los páramos cruza,
       

      valle de eternas nieves y de eternas
       

      melancólicas brumas.
       
       

      En donde esté una piedra solitaria
       

      sin inscripción alguna,
       

      donde habite el olvido,
       

      allí estará mi tumba.
       
       

      LXVII
       
       

      ¡Qué hermoso es ver el día
       

      coronado de fuego levantarse,
       

      y a su beso de lumbre
       

      brillar las olas y encenderse el aire!
       
       

      ¡Qué hermoso es tras la lluvia
       

      del triste otoño en la azulada tarde,
       

      de las húmedas flores
       

      el perfume beber hasta saciarse!
       
       

      ¡Qué hermoso es cuando en copos
       

      la blanca nieve silenciosa cae,
       

      de las inquietas llamas
       

      ver las rojizas lenguas agitarse!
       
       

      ¡Qué hermoso es cuando hay sueño
       

      dormir bien... y roncar como un sochantre...
       

      y comer... y engordar... y qué desgracia
       

      que esto solo no baste!
       
       
       

      LXVIII
       
       

      No sé lo que he soñado
       

      en la noche pasada;
       

      triste muy triste debió ser el sueño,
       

      pues despierto la angustia me duraba.
       
       

      Noté al incorporarme
       

      húmeda la almohada,
       

      y por primera vez sentí al notarlo
       

      de un amargo placer henchirse el alma.
       
       

      Triste cosa es el sueño
       

      que llanto nos arranca,
       

      mas tengo en mi tristeza una alegría...
       

      sé que aún me quedan lágrimas.
       
       
       

      LXIX
       
       

      Al brillar un relámpago nacemos
       

      y aún dura su fulgor cuando morimos;
       

      tan corto es el vivir.
       
       

      La gloria y el amor tras que corremos
       

      sombras de un sueño son que perseguimos:
       

      ¡Despertar es morir!
       
       
       

      LXX
       
       

      ¡Cuántas veces al pie de las musgosas
       

      paredes que la guardan,
       

      oí la esquila que al mediar la noche
       

      a los maitines llama!
       
       

      ¡Cuántas veces trazo mi silueta
       

      la luna plateada,
       

      junto a la del ciprés que de su huerto
       

      se asoma por las tapias!
       
       

      Cuando en sombras la iglesia se envolvía,
       

      de su ojiva calada,
       

      ¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
       

      vi el fulgor de la lámpara!
       
       

      Aunque el viento en los ángulos oscuros
       

      de la torre silbara,
       

      del coro entre las voces percibía
       

      su voz vibrante y clara.
       
       

      En las noches de invierno, si un medroso
       

      por la desierta plaza
       

      se atrevía a cruzar, al divisarme,
       

      el paso aceleraba.
       
       

      Y no faltó una vieja que en el torno
       

      dijese a la mañana
       

      que de algún sacristán muerto en pecado
       

      era yo el alma.
       
       

      A oscuras conocía los rincones
       

      del atrio y la portada;
       

      de mis pies las ortigas que allí crecen
       

      las huellas tal vez guardan.
       
       

      Los búhos, que espantados me seguían
       

      con sus ojos de llamas,
       

      llegaron a mirarme con el tiempo
       

      como a un buen camarada.
       
       

      A mi lado sin miedo los reptiles
       

      se movían a rastras;
       

      ¡hasta los mudos santos de granito
       

      creo que me saludaban!
       
       

      LXXI
       
       

      No dormía; vagaba en ese limbo
       

      en que cambian de forma los objetos,
       

      misteriosos espacios que separan
       

      la vigilia del sueño.
       
       

      Las ideas que en ronda silenciosa
       

      daban vueltas en torno a mi cerebro,
       

      poco a poco en su danza se movían
       

      con un compás más lento.
       
       

      De la luz que entra al alma por los ojos
       

      los párpados velaban el reflejo;
       

      pero otra luz el mundo de visiones
       

      alumbraba por dentro.
       
       

      En este punto resonó en mi oído
       

      un rumor semejante al que en el templo
       

      vaga confuso al terminar los fieles
       

      con un amén sus rezos.
       
       

      Y oí como una voz delgada y triste
       

      que por mi nombre me llamo a lo lejos,
       

      y sentí olor de cirios apagados,
       

      de humedad y de incienso.
       

      .......................................
       
       

      Pasó la noche, y del olvido en brazos
       

      caí, cual piedra, en su profundo seno.
       

      No obstante al despertar exclamé: "¡Alguno
       

      que yo quería ha muerto!"
       
       

      LXXII
       
       

      Primera voz
       
       

      Las ondas tienen vaga armonía,
       

      Las violetas suave olor,
       

      brumas de plata la noche fría,
       

      luz y oro el día;
       

      yo algo mejor:
       

      ¡yo tengo Amor!
       
       

      Segunda voz
       
       

      Aura de aplausos, nube rabiosa,
       

      ola de envidia que besa el pie.
       

      isla de sueños donde reposa
       

      el alma ansiosa.
       

      ¡dulce embriaguez
       

      la Gloria es!
       
       

      Tercera voz
       
       

      Ascua encendida es el tesoro,
       

      sombra que huye la vanidad,
       

      todo es mentira: la gloria, el oro.
       

      Lo que yo adoro
       

      sólo es verdad:
       

      ¡la Libertad!
       
       

      Así los barqueros pasaban cantando
       

      la eterna canción,
       

      y al golpe del remo saltaba la espuma
       

      y heríala el sol.
       
       

      "¿Te embarcas?", gritaban, y yo sonriendo
       

      les dije al pasar:
       

      "ha tiempo lo hice, por cierto que aun tengo
       

      la ropa en la playa tendida a secar.
       
       

      LXXXIII
       
       

      Cerraron sus ojos
       

      que aún tenía abiertos,
       

      taparon su cara
       

      con un blanco lienzo,
       

      y unos sollozando,
       

      otros en silencio,
       

      de la triste alcoba
       

      todos se salieron.
       
       

      La luz que en un vaso
       

      ardía en el suelo,
       

      al muro arrojaba
       

      la sombra del lecho,
       

      y entre aquella sombra
       

      veíase a intérvalos
       

      dibujarse rígida
       

      la forma del cuerpo.
       
       

      Despertaba el día
       

      y a su albor primero
       

      con sus mil ruidos
       

      despertaba el pueblo.
       

      Ante aquel contraste
       

      de vida y misterio,
       

      de luz y tinieblas,
       

      yo pensé un momento:
       

      "¡Dios mío, qué solos
       

      se quedan los muertos!"
       
       

      De la casa, en hombros,
       

      lleváronla al templo,
       

      y en una capilla
       

      dejaron el féretro.
       

      Allí rodearon
       

      sus pálidos restos
       

      de amarillas velas
       

      y de paños negros.
       
       

      Al dar de las ánimas
       

      el toque postrero,
       

      acabó una vieja
       

      sus últimos rezos,
       

      cruzó la ancha nave,
       

      las puertas gimieron
       

      y el santo recinto
       

      quedóse desierto.
       
       

      De un reloj se oía
       

      compasado el péndulo
       

      y de algunos cirios
       

      el chisporroteo.
       

      Tan medroso y triste,
       

      tan oscuro y yerto
       

      todo se encontraba
       

      que pensé un momento:
       

      "¡Dios mío, qué solos
       

      se quedan los muertos!"
       
       

      De la alta campana
       

      la lengua de hierro
       

      le dio volteando
       

      su adiós lastimero.
       

      El luto en las ropas,
       

      amigos y deudos
       

      cruzaron en fila,
       

      formando el cortejo.
       
       

      Del último asilo,
       

      oscuro y estrecho,
       

      abrió la piqueta
       

      el nicho a un extremo;
       

      allí la acostaron,
       

      tapiáronla luego,
       

      y con un saludo
       

      despidióse el duelo.
       
       

      La piqueta al hombro
       

      el sepulturero,
       

      cantando entre dientes,
       

      se perdió a lo lejos.
       

      La noche se entraba,
       

      el sol se había puesto:
       

      perdido en las sombras
       

      yo pensé un momento:
       

      "¡Dios mío, qué solos
       

      se quedan los muertos!"
       
       

      En las largas noches
       

      del helado invierno,
       

      cuando las maderas
       

      crujir hace el viento
       

      y azota los vidrios
       

      el fuerte aguacero,
       

      de la pobre niña
       

      a veces me acuerdo.
       
       

      Allí cae la lluvia
       

      con un son eterno;
       

      allí la combate
       

      el soplo del cierzo.
       

      Del húmedo muro
       

      tendida en el hueco,
       

      ¡acaso de frío
       

      se hielan los huesos...!
       

      .................................
       
       

      ¿Vuelve el polvo al polvo?
       

      ¿Vuela el alma al cielo?
       

      ¿Todo es, sin espíritu,
       

      podredumbre y cieno?
       

      ¡No sé; pero hay algo
       

      que explicar no puedo,
       

      que al par nos infunde
       

      repugnancia y duelo,
       

      a dejar tan tristes,
       

      tan solos los muertos.
       
       

      LXXIV
       
       

      Las ropas desceñidas,
       

      desnudas las espadas,
       

      en el dintel de oro de la puerta
       

      dos ángeles velaban.
       
       

      Me aproximé a los hierros
       

      que defienden la entrada,
       

      y de las dobles rejas en el fondo
       

      la vi confusa y blanca.
       
       

      La vi como la imagen
       

      que en un ensueño pasa,
       

      como un rayo de luz tenue y difuso
       

      que entre tinieblas nada.
       
       

      Me sentí de un ardiente
       

      deseo llena el alma;
       

      ¡como atrae un abismo, aquel misterio
       

      hacía si me arrastraba!
       
       

      Mas, ¡ay!, que de los ángeles
       

      parecían decirme las miradas:
       

      "¡El umbral de esta puerta
       

      sólo Dios lo traspasa!"
       
       
       

      LXXV
       
       

      ¿Será verdad que cuando toca el sueño
       

      con sus dedos de rosa nuestros ojos,
       

      de la cárcel que habita huye el espíritu
       

      en vuelo presuroso?
       
       

      ¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
       

      de la brisa nocturna al tenue soplo,
       

      alado sube a la región vacía
       

      a encontrarse con otros?
       
       

      ¿Y allí desnudo de la humana forma,
       

      allí los lazos terrenales rotos,
       

      breves horas habita de la idea
       

      el mundo silencioso?
       
       

      ¿Y ríe y llora y aborrece y ama
       

      y guarda un rastro del dolor y el gozo,
       

      semejante al que deja cuando cruza
       

      el cielo un meteoro?
       
       

      ¡Yo no sé si ese mundo de visiones
       

      vive fuera o va dentro de nosotros:
       

      lo que sé es que conozco a muchas gentes
       

      a quienes no conozco!
       
       
       

      LXXVI
       
       

      En la imponente nave
       

      del templo bizantino,
       

      vi la gótica tumba a la indecisa
       

      luz que temblaba en los pintados vidrios.
       
       

      Las manos sobre el pecho,
       

      y en las manos un libro,
       

      una mujer hermosa reposaba
       

      sobre la urna del cincel prodigio.
       
       

      Del cuerpo abandonado
       

      al dulce peso hundido,
       

      cual si de blanda pluma y raso fuera
       

      se plegaba su lecho de granito.
       
       

      De la sonrisa última
       

      el resplandor divino
       

      guardaba el rostro, como el cielo guarda
       

      del sol que muere el rayo fugitivo.
       
       

      Del cabezal de piedra
       

      sentados en el filo,
       

      dos ángeles, el dedo sobre el labio,
       

      imponían silencio en el recinto.
       
       

      No parecía muerta;
       

      de los arcos macizos
       

      parecía dormir en la penumbra
       

      y que en sueños veía el paraíso.
       
       

      Me acerqué de la nave
       

      al ángulo sombrío,
       

      con el callado paso que se llega
       

      junto a la cuna donde duerme un niño.
       
       

      La contemplé un momento
       

      y aquel resplandor tibio,
       

      aquel lecho de piedra que ofrecía
       

      próximo al muro otro lugar vacío.
       
       

      En el alma avivaron
       

      la sed de lo infinito,
       

      el ansia de esa vida de la muerte,
       

      para la que un instante son los siglos...
       

      ...............................................
       
       

      Cansado del combate
       

      en que luchando vivo,
       

      alguna vez me acuerdo con envidia
       

      de aquel rincón oscuro y escondido.
       
       

      De aquella muda y pálida
       

      mujer me acuerdo y digo:
       

      "¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte!
       

      ¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!"
       
       
       

      LXXVII
       
       

      Es un sueño la vida,
       

      pero un sueño febril que dura un punto;
       

      Cuando de él se despierta,
       

      se ve que todo es vanidad y humo...
       

      ¡Ojalá fuera un sueño
       

      muy largo y muy profundo,
       

      un sueño que durara hasta la muerte!...
       

      Yo soñaría con mi amor y el tuyo.
       
       

      LXXVIII
       
       

      Podrá nublarse el sol eternamente;
       

      podrá secarse en un instante el mar;
       

      podrá romperse el eje de la tierra
       

      como un débil cristal.
       
       

      ¡Todo sucederá! Podrá la muerte
       

      cubrirme con su fúnebre crespón;
       

      pero jamás en mí podrá apagarse
       

      la llama de tu amor.
       
       

      LXXIX
       
       

      Mi vida es un erial,
       

      flor que toco se deshoja;
       

      que en mi camino fatal
       

      alguien va sembrando el mal
       

      para que yo lo recoja.
       
       
       
       

      LXXX
       
       

      Patriarcas que fuiste la semilla
       

      del árbol de la fe en siglos remotos:
       

      al vencedor divino de la muerte,
       

      rogadle por nosotros.
       
       

      Profetas que rasgasteis inspirados
       

      del porvenir el velo misterioso:
       

      al que sacó la luz de las tinieblas,
       

      rogadle por nosotros.
       
       

      Almas cándidas, Santos Inocentes
       

      que aumentáis de los ángeles el coro:
       

      al que llamo a los niños a su lado,
       

      rogadle por nosotros.
       
       

      Apóstoles que echasteis por el mundo
       

      del la Iglesia el cimiento poderoso:
       

      al que es de verdad depositario,
       

      rogadle por nosotros.
       
       

      Mártires que ganasteis vuestra palma
       

      en la arena del circo, en sangre rojo:
       

      al que os dio fortaleza en los combates,
       

      rogadle por nosotros.NT>
       
       

      Vírgenes semejantes a azucenas,
       

      que el venado vistió de nieve y oro:
       

      al que es fuente de la vida hermosura,
       

      rogadle por nosotros.
       
       

      Monjes que de la vida en el combate
       

      pedisteis paz al claustro silencioso:
       

      al que es iris de calma en las tormentas,
       

      rogadle por nosotros.
       
       

      Doctores cuyas plumas nos legaron
       

      de virtud y saber rico tesoro:
       

      al que es raudal de ciencia inextinguible,
       

      rogadle por nosotros.
       
       

      Soldados del ejercito de Cristo
       

      santas y santos todos:
       

      rogadle que perdone nuestras culpas
       

      a Aquel que vive y reina entre vosotros.
       
       

      LXXXI
       
       

      Dices que tienes corazón, y solo
       

      lo dices porque sientes sus latidos;
       

      eso no es corazón... es una máquina
       

      que al compás que se mueve hace ruido.
       
       
       

      LXXXII
       
       

      Fingiendo realidades
       

      con sombra vana,
       

      delante del deseo
       

      va la esperanza.
       

      y sus mentiras
       

      como el Fénix, renacen
       

      de sus cenizas.
       
       
       

      LXXXIII
       
       

      Una mujer me ha envenenado el alma,
       

      otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
       

      ninguna de las dos vino a buscarme,
       

      yo de ninguna de las dos me quejo.
       
       

      Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
       

      Si mañana, rodando, este veneno
       

      envenena a su vez, ¿por qué acusarme?
       

      ¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?
       
       
       

      LXXXIV
       
       

      A CASTA
       
       

      Tu voz es el aliento de las flores,
       

      tu voz es de los cisnes la armonía;
       

      es tu mirada el esplendor del día,
       

      y el color de la rosa es tu color.
       
       

      Tú prestas nueva vida y esperanza
       

      a un corazón para el amor ya muerto:
       

      tú creces de mi vida en el desierto
       

      como crece en un páramo la flor.
       
       
       

      LXXXV
       
       

      A ELISA
       

      Para que los leas con tus ojos grises,
       

      para que los cantes con tu clara voz,
       

      para que se llenen de emoción tu pecho
       

      hice mis versos yo.
       
       

      Para que encuentres en tu pecho asilo
       

      y le des juventud, vida, calor,
       

      tres cosas que yo no puedo darles,
       

      hice mis versos yo.
       
       

      Para hacerte gozar con mi alegría,
       

      para que sufras tu con mi dolor,
       

      para que sientas palpitar mi vida,
       

      hice mis versos yo.
       
       

      Para poder poner antes tus plantas
       

      la ofrenda de mi vida y de mi amor,
       

      con alma, sueños rotos, risas, lágrimas
       

      hice mis versos yo.
       
       
       

      LXXXVI
       
       

      Flores tronchadas, marchitas hojas
       

      arrastra el viento;
       

      en los espacios, tristes gemidos
       

      repite el eco.
       
       

      ..............................
       
       

      En las nieblas de los pasado,
       

      en las regiones del pensamiento
       

      gemidos tristes, marchitas galas
       

      son mis recuerdos.
       
       

      LXXXVII
       
       

      Es el alba una sombra
       

      de tu sonrisa,
       

      y un rayo de tus ojos
       

      la luz del día;
       

      pero tu alma
       

      es la noche de invierno,
       

      negra y helada.
       
       
       

      LXXXVIII
       
       

      Errante por el mundo fui gritando:
       

      "La gloria ¿dónde está?"
       

      Y una voz misteriosa contestóme:
       

      "Más allá... más allá..."
       
       

      En pos de ella perseguí el camino
       

      que la voz me marcó;
       

      halléla al fin, pero en aquel instante
       

      el humo se troncó.
       
       

      Más el humo, formado denso velo,
       

      se empezó a remontar.
       

      Y penetrando en la azulada esfera
       

      al cielo fue a parar.
       
       
       
       
       

      LXXXIX
       
       

      Negros fantasmas,
       

      nubes sombrías,
       

      huyen ante el destello
       

      de la luz divina.
       

      Esa luz santa,
       

      niña de negros ojos,
       

      es la esperanza.
       
       

      Al calor de sus rayos
       

      mi fe gigante
       

      contra desdenes lucha
       

      sin amenguarse.
       

      en este empeño
       

      es, si grande el martirio,
       

      mayor el premio.
       
       

      Y si aún muestras esquiva
       

      alma de nieve,
       

      si aún no me quisieras,
       

      yo no he de quererte:
       

      mi amor es roca
       

      donde se estrellan tímidas
       

      del mal las olas.
       
       

      XC
       
       

      Yo soy el rayo, la dulce brisa,
       

      lágrima ardiente, fresca sonrisa,
       

      flor peregrina, rama tronchada;
       

      yo soy quien vibra, flecha acerada.
       
       

      Hay en mi esencia, como en las flores
       

      de mil perfumes, suaves vapores,
       

      y su fragancia fascinadora,
       

      trastorna el alma de quien adora.
       
       

      Yo mis aromas doquier prodigo
       

      ya el más horrible dolor mitigo,
       

      y en grato, dulce, tierno delirio
       

      cambio el más duro, crüel martirio.
       
       

      ¡Ah!, yo encadeno los corazones,
       

      más son de flores los eslabones.
       

      Navego por los mares,
       

      voy por el viento
       

      alejo los pesares
       

      del pensamiento.
       

      yo, en dicha o pena,
       

      reparto a los mortales
       

      con faz serena.
       
       

      Poder terrible, que en mis antojos
       

      brota sonrisas o brota enojos;
       

      poder que abrasa un alma helada,
       

      si airado vibro flecha acerada.
       
       

      Doy las dulces sonrisas
       

      a las hermosas;
       

      coloro sus mejillas
       

      de nieve y rosas;
       

      humedezco sus labios,
       

      y sus miradas
       

      hago prometer dichas
       

      no imaginadas.
       
       

      Yo hago amable el reposo,
       

      grato, halagüeño,
       

      o alejo de los seres
       

      el dulce sueño,
       

      todo a mi poderío
       

      rinde homenaje;
       

      todo a mi corona
       

      dan vasallaje.
       
       

      Soy el amor, rey del mundo,
       

      niña tirana,
       

      ámame, y tú la reina
       

      serás mañana.
       
       

      XCI
       
       

      ¿No has sentido en la noche,
       

      cuando reina la sombra
       

      una voz apagada que canta
       

      y una inmensa tristeza que llora?
       
       

      ¿No sentiste en tu oído de virgen
       

      las silentes y trágicas notas
       

      que mis dedos de muerto arrancaban
       

      a la lira rota?
       
       

      ¿No sentiste una lágrima mía
       

      deslizarse en tu boca,
       

      ni sentiste mi mano de nieve
       

      estrechar a la tuya de rosa?
       
       

      ¿No viste entre sueños
       

      por el aire vagar una sombra,
       

      ni sintieron tus labios un beso
       

      que estalló misterioso en la alcoba?
       
       

      Pues yo juro por ti, vida mía,
       

      que te vi entre mis brazos, miedosa;
       

      que sentí tu aliento de jazmín y nardo
       

      y tu boca pegada a mi boca.
       
       
       

      XCII
       
       

      Apoyando mi frente calurosa
       

      en el frío cristal de la ventana,
       

      en el silencio de la oscura noche
       

      de su balcón mis ojos no apartaba.
       

      En medio de la sombra misteriosa
       

      su vidriera lucía iluminada,
       

      dejando que mi vista penetrase
       

      en el puro santuario de su estancia.
       
       

      Pálido como el mármol el semblante;
       

      la blonda cabellera destrenzada,
       

      acariciando sus sedosas ondas,
       

      sus hombros de alabastro y su garganta,
       

      ONT>
       

      mis ojos la veían, y mis ojos
       

      al verla tan hermosa, se turbaban.
       
       

      Mirábase al espejo; dulcemente
       

      sonreía a su bella imagen lánguida,
       

      y sus mudas lisonjas al espejo
       

      con un beso dulcísimo pagaba...
       

      Mas la luz se apagó; la visión pura
       

      desvanecióse como sombra vana,
       

      y dormido quedé, dándome celos
       

      el cristal que su boca acariciara.
       
       
       

      XCIII
       
       

      Si copia tu frente
       

      del río cercano la pura corriente
       

      y miras tu rostro del amor encendido,
       

      soy yo, que me escondo
       

      del agua en el fondo
       

      y, loco de amores, a amar te convido;
       

      soy yo, que, en tu pecho buscada morada,
       

      envío a tus ojos mi ardiente mirada,
       

      mi blanca divina...
       

      y el fuego que siento la faz te ilumina.
       
       

      Si en medio del valle
       

      en tardo se trueca tu amor animado,
       

      vacila tu planta, se pliega tu talle...
       

      soy yo, dueño amado,
       

      que, en no vistos lazos
       

      de amor anhelante, te estrecho en mis brazos;
       

      soy yo quien te teje la alfombra florida
       

      que vuelve a tu cuerpo la fuerza de la vida;
       

      soy yo, que te sigo
       

      en alas del viento soñando contigo.
       
       

      Si estando en tu lecho
       

      escuchas acaso celeste armonía
       

      que llena de goces tu cándido pecho,
       

      soy yo, vida mía...;
       

      soy yo, que levanto
       

      al cielo tranquilo mi férvido canto;
       

      soy yo, que, los aires cruzando ligero
       

      por un ignorado, movible sendero,
       

      ansioso de calma,
       

      sediento de amores, penetro en tu alma.
       
       
       

      XCIV
       
       

      ¡Quién fuera luna,
       

      quién fuera brisa,
       

      quién fuera sol!
       
       

      ..............................
       
       

      ¡Quién del crepúsculo
       

      fuera la hora,
       

      quién el instante
       

      de tu oración!
       
       

      ¡Quién fuera parte
       

      de la plegaria
       

      que solitaria
       

      mandas a Dios!
       
       

      ¡Quién fuera luna
       

      quién fuera brisa,
       

      quién fuera sol! ...
       
       
       

      XCV
       
       

      Yo me acogí, como perdido nauta,
       

      a una mujer, para pedirle amor,
       

      y fue su amor cansancio a mis sentidos,
       

      hielo a mi corazón.
       
       

      Y quedé, de mi vida en la carrera,
       

      que un mundo de esperanza ayer pobló,
       

      como queda un viandante en el desierto:
       

      ¡A solas con Dios!
       
       
       

      XCVI
       
       

      Para encontrar tu rostro
       

      miraba al cielo
       

      que no es bien que tu imagen
       

      se halle en el suelo;
       

      si de allí vino,
       

      el buscaba su origen
       

      no es desvarío.
       
       
       

      XCVII
       
       

      Esas quejas del piano
       

      a intervalos desprendidas,
       

      sirenas adormecidas
       

      que evoca tu blanca mano,
       

      no esparcen al aire en vano
       

      el melancólico son;
       

      pues de la oculta mansión
       

      en que mi pasión se esconde,
       

      a cada nota responde
       

      un eco del corazón.
       
       
       

      XCVIII
       
       

      Nave que surca los mares,
       

      y que empuja el vendaval,
       

      y que acaricia la espuma,
       

      de los hombres es la vida;
       

      su puerto, la eternidad.
       
       

      Amor Eterno
       

      Podrá nublarse el sol eternamente;

      podrá secarse en un instante el mar;

      podrá romperse el eje de la tierra

      como un débil cristal.
       

      ¡Todo sucederá! Podrá la muerte

      cubrirme con su fúnebre crespón;

      pero jamás en mí podrá apagarse

      la llama de tu amor.
       

      ****
       

      Apoyando mi frente calurosa

      en el frío cristal de la ventana,

      en el silencio de la oscura noche

      de su balcón mis ojos no apartaba.

      En medio de la sombra misteriosa

      su vidriera lucía iluminada,

      dejando que mi vista penetrase

      en el puro santuario de su estancia.
       

      Pálido como el mármol el semblante,

      la blonda cabellera destrenzada,

      acariciando sus sedosas ondas,

      sus hombros de alabastro y su garganta,

      mis ojos la veían, y mis ojos

      al verla tan hermosa, se turbaban.
       

      Mirábase al epejo; dulcemente

      sonreía a su bella imagen lánguida,

      y sus mudas lisonjas al espejo

      con un beso dulcísimo pagaba...

      Mas la luz se apagó; la visió pura

      desvanecióse como sombra vana,

      y dormido quedé, dándome celos

      el cristal que su boca acariciara.
       

      Rima LIII
       

      Volverán las oscuras golondrinas

      en tu balcón sus nidos a colgar,

      y otra vez en el ala a sus cristales

      jugando llamarán;

      pero aquellas que el vuelo refrenaban,

      tu hermosura y mi dicha al contemplar;

      aquellas que aprendieron nuestros nombres,

      esas... ¡no volverán!
       

      Volverán las tupidas madreselvas

      a tu jardín las tapias a escalar,

      y otra vez a la tarde, aun más hermosas,

      tus flores se abrirán;

      pero aquellas cuajadas de rocío,

      cuyas gotas mirábamos temblar

      y caer, como lágrimas del día...,

      esas.. ¡no volverán!
       

      Volverán del amor en tus oídos

      las palabras ardientes a sonar;

      tu corazón, de su profundo sueño

      tal vez despertará;

      pero mudo y absorto y de rodillas,

      como se adora a Dios ante su altar,

      como yo te he querido..., desengáñate:

      ¡así no te querrán!